He participado activamente en la fiesta del Orgullo. O sea, he estado bailando y tomando
minis por
Chueca. El Orgullo no consiste en mucho más.
Pese al riego a aburrir, me gustaría aportar algunas reflexiones que me he hecho al estar allí y al leer después las opiniones que inundan por la red.
En el Café de
Ocata, por ejemplo, Don
Gregorio apuntaba lo absurdo de sentirse orgulloso de la homosexualidad, sea está un hecho innato o aprendido. No creo que se pueda refutar esto, pero hay que dar el contexto: la triste historia de los homosexuales. La historia del odio y la incomprensión de unos, y de la vergüenza y la culpabilidad de los otros es conocida por todos. El Orgullo surge como reacción a esa realidad.
Quizás lo que ha creado confusión, sobre todo entre los activistas, ha sido una mala elección del nombre que le han dado a sus sentimientos y, por tanto, a la festividad. Más apropiado sería el Día del Fin de la Vergüenza, o algo similar. Obviamente, es un nombre feo y sin ninguna pegada, pero se ajusta más a lo que, a mi juicio, debiera ser la realidad.
De no avergonzarse de la homosexualidad a sentirse orgulloso de ella hay un trecho enorme. Mientras que lo primero elimina un sentimiento pernicioso, lo segundo añade uno absurdo, y acaso peligroso. Creo que hoy en día todo el mundo mira con desprecio al macho ibérico, aquel señor
quintaesencial al que su condición de varón le inundaba de felicidad. No creo que haya
ningún elemento de juicio que permita afirmar que este orgullo irracional sea peor que del que hablamos.
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La cuestión de la "estética de
puterío portuario", como la ha calificado
Pilar Rahola, es una de las más antipáticas. No sé si también es consecuencia del orgullo, pero parece existir en este colectivo un
sexualización total de los asuntos humanos. Hay tanta carne como en un matadero; pechos, culos, muslos, todo se muestra como en un
escaparate. Además, no hay ninguna pretensión de normalidad, sino de obscenidad. Pese a lo que creen, no dejan el sexo en mejor posición que los reaccionarios. Lo ubican, como aquellos, en un lugar singular y
preponderante, que obliga a todo lo demás a subordinarse a él. Y en uno muy vulgar, al querer convertir una maravilla íntima y un juego sutil entre atracciones en un
espectáculo barato y fangoso.
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Cabe también una observación sobre el feminismo moderno, tan inconstante es su custodia de las fenómenos sociales.
Un breve paseo por
Chueca estos días dejaba bien claro la desbocada cultura de la imagen que reina en el mundillo
gay. Los hombres
musculosos, fanáticos del gimnasio, constituyen casi una mayoría; la vestimenta alcanza una importancia capital, con tacones,
minifaldas, maquillaje, peinados, cuero y músculo, músculo y carne por doquier. En todos los escenarios está vetado cualquier hombre o mujer que no gocen de un cuerpo atlético o
musculoso y un rostro bello - también es obligado, parece, cubrir sólo una mínima parte del cuerpo, a ser posible con cintas de cuero y metal.
Con esto en mente, resulta incomprensible la actitud escandalizada de las activistas feministas, siempre prestas echar una mano al movimiento homosexual, respecto a la "cultura capitalista" de la imagen. Todas las protestas contra el patriarcado - la acusación al sistema capitalista de
forzar a la mujer a vestirse para el macho, el griterío contra los tacones y las
minifaldas, los intentos de censura a cualquier publicidad "machista", el odio al
porno y , en especial, a sus actrices..etc - no rigen en el mundo homosexual. Cuando lo obvio es que todos y cada uno de estos hechos abundan más allí . Quizás su condición de minoría les otorgue bula papal.
Pero no es así. Deben callar porque se enfrentan a un problema que liquidaría buena parte de su mitología. ¿A quién acusarían de "imponer" estos modelos? No al patriarcado, pues allí no existe. Además si, y está casi confirmado, la homosexualidad obedeciese a la biología, se verían en el apuro de explicar la coincidencia de que estos comportamientos surjan en dos colectivos genéticamente determinados para mantener relaciones sexuales con hombres. Evidentemente, tendrían que recurrir a la biología y no a hipotéticos complots de la plutocracia, cosa a la que tienen alergia quienes cree a pies
juntillas en la igualdad
absoluta de hombre y mujer y que las diferencias de comportamiento únicamente se deben a la imposición de la sociedad injusta.
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Es imposible no experimentar una alegría malévola viendo pasar el desfile por la Gran Vía y pensar en Franco revolviéndose en el Valle de los Caídos. Todos esos sarasas,
travestis y
putones metiéndose mano y moviéndose lujuriosamente en la calle más señera de la capital de España.