25 septiembre 2010

Noticia de un avance democrático.


La contraportada de El mundo de ayer informaba sobre el candidato estrella de las próximas elecciones al Congreso brasileño. Se llama Tiririca, es un payaso profesional y entre sus mensajes al pueblo hay algunos tan contundentes como "Vote por Tiririca; peor de lo que está no va a quedarse", "¿Qué hace un diputado federal? En realidad no lo sé. Pero vótame, que yo te lo cuento" o "Estoy aquí para pedir tu voto y para ayudar a los más necesitados... incluida mi familia". Pese a todo, según el Mundo, "el payaso podría cosechar el apoyo del 3% de los 30 millones de votantes del estado de São Paulo y convertirse así en el diputado con mayor respaldo en todo el país."
El pasado mayo, en la ciudad Islandesa de Reikiavik, el humorista Jon Gnarr ganó las elecciones municipales. Gnarr hizo una campaña tan divertida o más que la que está llevando a cabo Tiririca: entre otras cosas, aseguró que su partido sería tan corrupto como el resto, pero no lo ocultaría y prometió que el parlamento estaría libre de drogas en el 2020.
Sería un error interpretar el ascenso electoral de estos políticos-payasos como un paso más en el inexorable movimiento de la decadencia de la clase política occidental. Es todo lo contrario: un avance. Partidos como los de Tiririca y Gnarr son la respuesta democrática a tal decadencia. En la medida en que publicitan abiertamente su inutilidad e ignorancia y prometen la catástrofe si gobiernan, quien les concede el voto afirma que prefiere esta opción claramente horrible a las supuestamente efectivas. O sea, el votante grita: un payaso que no tiene ni puta idea de nada gestionará los asuntos públicos mejor que vosotros; confio más en su locura que en vuestra cordura. Mucho mejor que la abstención, de cuyo espeluznante nível los políticos han hecho caso omiso constantemente. Lo dicho : un avance.

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