09 mayo 2007

Una bella venganza.

Podemos suponer que en 1955 John Holter era un hombre feliz. Hacía poco que se había casado, tenía un buen trabajo como técnico hidráulico y su esposa estaba embarazada. Sin embargo, la dicha terminó cuando iba a completarse. El recién nacido, Casey Holter, no nació sano. Al poco tiempo de venir al mundo se le diagnosticó espina bífida, una rara y grave enfermedad que le provocó hidrocefalia.
Esta dolencia se caracteriza por una acumulación excesiva de líquido cerebroespinal. El cerebro produce constantemente este fluido, que se encarga, entre otras cosas, de mantener la delicada materia encefálica en un medio mullido y seguro y de aportar nutrientes al cerebro. En una persona sana, tras finalizar su cometido, es absorbido por la corriente sanguínea y desalojado. Por el contrario, en alguien con hidrocefalia, el líquido no es expulsado. Así, al continuar su producción, el liquido se acumula en la cavidad craneal, provocando una aumento de la presión sobre la frágil estructura encefálica. Obviamente, un aumento continuado del ésta conllevará daños irreparables y, finalmente, la muerte.
En los 50, la enfermedad se trataba, por decirlo de algún modo, con audacia y tosquedad. Se perforaba el cerebro con una aguja, para después extraer algo del líquido sobrante con una jeringuilla. Así se mantenía la presión en unos niveles aceptables, lo que permitía al paciente seguir vivo. Esta espeluznante operación se realizaba, dependiendo de los casos, varias veces al día.
En particular, a Casey Holter, cada día le agujereaban la cabeza dos veces .
Al poco tiempo, una novedosa técnica dio esperanzas a los Holter. Un neurocirujano trataría de insertar una válvula que transvasase el líquido cerebroespinal a la sangre. Desgraciadamente, tras pasar por quirófano, el niño sufrió ataques al corazón y su cerebro quedó gravemente dañado. Tras este fracaso, John, estando familiarizado con la hidráulica, se interesó por el dispositivo usado en la intervención. Se puso a estudiar el problema y en unos meses lo resolvió. Encontró el mecanismo adecuado para simular el proceso de desalojo del fluido sin peligros, y también los materiales para no dañar el tejido.
Su hijo todavía se estaba recuperando de la última operación, así que la invención se probó en otro niño. La intervención fue un éxito y el paciente sobrevivió.
Casey Holter, hijo de John Holter, sin embargo, murió 5 años después. Nunca se había recuperado del intento de colocar la primera válvula. Nunca pudo probar lo que su padre había hecho para él. Papá llegó tarde.


(Cuando se confirmó el éxito de su válvula, John Holster abandonó su trabajo y fundó su propia compañía, dedicada a la fabricación y perfeccionamiento de su invento. Se estima que cada año en EEUU a 15000 personas se les instala la válvula de Holster. Cada año, por tanto, John Holster evita que 15000 personas sufran la misma tragedia que sufrió su primer hijo. Desde luego, es una bella venganza contra una fatalidad : eliminarla. )

Más información: necrólogica en el NY Times, Mind Hacks y wikipedia (I,II).

1 comentario:

Gregorio Luri dijo...

Magnífica historia. Ya decía Borges que hay cosas que sólo ocurren en la realidad.