Pinker, brillante como siempre, argumenta que "lejos de hacernos violentos, la modernidad y sus instituciones culturales nos hacen más nobles"y se pregunta el motivo.
Muy en desacuerdo. Es la hipersensibilización, causada por la multiplicidad de estímulos, la que refuerza y sobredimensiona la empatía. Padecerla por según qué criminales o por bestias salvajes (el auge del animalismo) es un sentimiento muy alejado de la nobleza. La auténtica bondad exige claridad en los principios, reflexión y un cierto desprendimiento, valores escasos e infrecuentes.
Una situación de bienestar prolongado, que Pinker entiende como factor de revalorización de la vida, puede conducir a una actitud de pusilanimidad ante las dificultades, corrupción, irresponsabilidad y excesiva indulgencia.
Se obvia, además, por motivos ideológicos una catástrofe como la del aborto, que nos sitúa moralmente muy por debajo de cualquier época anterior.
Por otro lado, se concentra la inmoralidad en los asesinatos, cuando ésta posee multitud de vertientes. No se tiene en cuenta, por ejemplo, que las promesas han caído tanto en descrédito que hoy nadie tomaría parte en un negocio sin al menos un documento privado que lo avale, estando el contrato verbal mucho más generalizado en la Antigüedad. Se pasa por alto igualmente que los romanos se enorgullecieron de no haber registrado ni un solo divorcio en sus primeros quinientos años de existencia. Así, antes que la tasa de homicidios, el auténtico baremo de decencia de un colectivo es su propensión a mentir y a engañarse.
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Muy en desacuerdo. Es la hipersensibilización, causada por la multiplicidad de estímulos, la que refuerza y sobredimensiona la empatía. Padecerla por según qué criminales o por bestias salvajes (el auge del animalismo) es un sentimiento muy alejado de la nobleza. La auténtica bondad exige claridad en los principios, reflexión y un cierto desprendimiento, valores escasos e infrecuentes.
Una situación de bienestar prolongado, que Pinker entiende como factor de revalorización de la vida, puede conducir a una actitud de pusilanimidad ante las dificultades, corrupción, irresponsabilidad y excesiva indulgencia.
Se obvia, además, por motivos ideológicos una catástrofe como la del aborto, que nos sitúa moralmente muy por debajo de cualquier época anterior.
Por otro lado, se concentra la inmoralidad en los asesinatos, cuando ésta posee multitud de vertientes. No se tiene en cuenta, por ejemplo, que las promesas han caído tanto en descrédito que hoy nadie tomaría parte en un negocio sin al menos un documento privado que lo avale, estando el contrato verbal mucho más generalizado en la Antigüedad. Se pasa por alto igualmente que los romanos se enorgullecieron de no haber registrado ni un solo divorcio en sus primeros quinientos años de existencia. Así, antes que la tasa de homicidios, el auténtico baremo de decencia de un colectivo es su propensión a mentir y a engañarse.
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