1.Sabrá el lector que ninguna intervención militar occidental está justificada. No la estuvo cuando se impidió a Sadam consumar la invasión de Kuwait, ni cuando se liberó a los musulmanes albano-kosovares del fascismo genocida de Milosevich, ni, por supuesto, en la última guerra de Irak. No importa cuán documentadas estén las violaciones, las matanzas, las torturas, o sea, el sufrimiento masivo de inocentes. Todo, siempre, es una esmerada farse para continuar con la "agenda" imperialista, racista, neoliberal.
Según parece, la imperecedera conspiración del poder político, mediático y económico nos ha vuelto a engañar. Tenemos suerte de que pasaba por allí
Elaheh Rostami-Povey, la perspicaz profesora de la londinense
School of Oriental and African Studies . Gracias su trabajo podemos confirmar nuestras sospechas: todos los problemas de Afganistán provienen de la invasión aliada. Además,
las afganas prefieren a los talibanes y el burka que la "cultura foránea" que se les "impone". Todo ello se explica y fundamenta en su último libro,
Afghan Women: Identity and Invasion. El método es magnífico: escuchar a las interesadas. Da para muchos descubrimientos. No es que sean muy novedosos, qué va, pero son reconfortantes:
The reality is that the US-led invasion of Afghanistan in 2001 was not about peace, security and development or women's liberation and democracy. The Western hegemonic alliance rationalized a system of governance in Afghanistan to facilitate the West's desire to control Central Asia. (...)
With the US invasion came poverty, rural-to-urban migration, uprooting, crime, drug addiction, unemployment, alien culture
Ni los talibanes, ni la expansión soviética, nada. Los miles de testigos que hablaron de un país arrasado, imperialistas. Las declaraciones de los Talibanes cuando estaban en el poder, imperialistas. Las mujeres que han denunciado la situación de su sexo en la zona, imperialistas. La oposición en el exilio, imperialista...
2.
Pero el rigor metodológico y a la honestidad intelectual no suelen bastar para iluminar a los que se empeñan en permanecer en las tinieblas -si no en algún sitio peor. Así la contundencia del libro de Rostami-Povey no ha convencido a la cooperante
Anja Havedal, que desde mayo de 2006 reside en Kabul. En el
último -e imprescindible - número de
Democratiya, donde escribe regularmente, Havedal no duda en juzgar la situación desde una mirada
orientalista, imperialista, desde los cerrado parámetros occidentales:
Given the oppression from which Afghan women emerged in 2001, the gains they have made in the areas of legal rights, political participation, education and health are not insignificant. Under the 2004 constitution, Afghan women have de jure rights equal to those of Afghan men, though admittedly most women are unable to exercise them(..)
Women constituted approximately 40 per cent of the voters in the 2004 and 2005 elections, and now occupy 68 of the 249 seats in the lower house of the National Assembly. (...)
Girls now make up one-third of the six million children enrolled in grades 1 through 12, though the lack of female teachers forces some older girls to drop out.
Havedal tampoco desprecia la mentira. ¡Se atreve a decir que la mayoría de mujeres no opinan como las que entrevista la profesora londinense!;
afirma que ésta "escucha sólo a las afganas que opinan como ella":
As a woman and a member of the aid community in Afghanistan, I found Rostami-Povey's book offensive. Afghan Women does not represent the women I have come to know here, strong women who challenge patriarchy and stereotypes by studying and pursuing careers. Women who want their daughters to become doctors, run for office and make their own decisions. Women who want their husbands, like mine, to cook dinner from time to time. The Afghan women in Rostami-Povey's book, on the contrary, are bitter and cynical. They 'hate' foreigners and feel oppressed by everything Western; some even imply that life was better under Taliban rule. And they all agree with the author's raging anti-Western, 'anti-everything' tirade.